29 noviembre 2017 - Homilía en ocasión del Simposio Internacional sobre Ecologia, San José, Costa Rica

Cardenal Marc Ouellet

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SIMPOSIO INTERNACIONAL SOBRE ECOLOGÍA

Laudato Si’

«El cuidado de la casa común, una conversión necesaria de la ecología humana»

San José, Costa Rica, 29 Noviembre 2017

EUCARISTÍA INAUGURAL

Textos: Dt 30, 10-14; Fil 2, 1-4; Jn 14, 23-29

«Cuando venga el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena»

 

Queridos hermanos y hermanas:

Doy las gracias a la Fundación vaticana Joseph Ratzinger-Benedicto XVI y a la Universidad católica de San José de Costa Rica por su amable invitación al Simposio internacional sobre ecología, cuya tema es: «El cuidado de la casa común, una conversión necesaria de la ecología humana».  

La Encíclica Laudato Si’ del papa Francisco lanza este llamado a la conversión de la ecología humana, a fin de que nuestra «casa común» sea protegida de la degradación generalizada del medio ambiente. Este llamado solemne de la Iglesia Católica en favor de la causa ecológica no es una concesión a un tema dominante de la actualidad internacional. Es una respuesta a nuestra vocación de hijos de Dios que incluye la responsabilidad de respetar, promover y hacer fructificar la creación que Dios ha puesto a disposición de toda la humanidad. Ahora bien, sabemos que las condiciones de vida de nuestra tierra son cada vez más precarias para un número creciente de poblaciones vulnerables a causa de los efectos perversos de nuestros modelos de producción y consumo, que contaminan la atmósfera y empobrecen la biodiversidad del planeta. Nuestra conciencia de ciudadanos y nuestra responsabilidad se ven interpeladas por estos desafíos y se felicitan por la feliz iniciativa de este simposio, que responde al llamado del papa Francisco. Como hijos de Dios y discípulos misioneros de Jesucristo, comenzamos nuestra búsqueda con la escucha de la Palabra de Dios y la oración. 

Esta Eucaristía inaugural es algo más que un rito protocolario o una invocación necesaria del Espíritu Santo al inicio de nuestra reflexión sobre la dimensión humana de la ecología. Nuestra Eucaristía es mucho más que eso porque la celebramos según la plenitud de su significado, como ofrenda al Padre del misterio pascual de Cristo. Esta ofrenda sacramental nos hace tocar ya ahora la finalidad última de nuestra búsqueda, la «irrupción» del Reino de Dios en el corazón de la creación en espera de su cumplimiento final. «En la Eucaristía ya está realizada la plenitud —escribe el Papa en la Laudato Si’—, y es el centro vital del universo, el foco desbordante de amor y de vida inagotable.  Unido al Hijo encarnado, presente en la Eucaristía, todo el cosmos da gracias a Dios» (LS 236). Celebramos juntos la Eucaristía, queridos amigos, conscientes de que este foco de amor y de vida nos tiene que transformar y convertir, llevarnos a un compromiso creciente en favor de la ecología humana de nuestra «casa común». 

«Escucha la voz del Señor, tu Dios», «vuelve al Señor,  tu Dios» nos dice el libro del Deuteronomio. Efectivamente, escuchar la Palabra de Dios es el primer paso de toda conversión. Esta Palabra divina creó el universo y cuanto contiene, dotando a la naturaleza de leyes, de energías y de finalidades; esta Palabra creó también al hombre a imagen de Dios, según un orden inscrito en su naturaleza, pero con una libertad capaz tanto de acoger el don de Dios como de obstaculizar el designio de Dios sobre la creación. Para ti, hombre, —nos dice el Deuteronomio— la Palabra de Dios no es abstracta y lejana, está muy cerca de ti: está en tu corazón y en tu boca. ¡Cúmplela y obedécele! Te llevará a Jesucristo, plenitud de la Palabra, Palabra hecha carne que nos llama a la conversión a su Persona y a nuestra fe en su Reino, que transfigura el cosmos en santuario de su Presencia.

Pidamos humildemente la gracia de una «conversión ecológica» a la altura de los desafíos de nuestro tiempo, una gracia de conversión, en primer lugar, para nosotros mismos y, sobre todo, para todos aquellos y aquellas que tienen grandes responsabilidades respecto a la degradación del medio ambiente. En definitiva, solamente una gracia de conversión a Dios Padre y Creador puede marcar una diferencia para salvaguardar la creación y establecer una fraternidad universal. San Francisco de Asís da testimonio con su oración de alabanza al Creador por todos los elementos de la creación, a los que mira no como cosas que dominar o poseer sino como colaboradores, como hermanos y hermanas que hay que amar y proteger. «Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba» (LS 1).

Para rezar así, hay que ser un hombre en el que mora el Espíritu del Padre y del Hijo y ver todas las cosas con ojos de ternura y compasión, estar dispuesto a sacrificarse para ayudar a los que más sufren y los más desfavorecidos. El papa Francisco testimonia personalmente esta tierna compasión y nos arrastra a seguirle, convencido de que el Espíritu  de Dios quiere que eliminemos las causas humanas de la degradación del medio ambiente. Los datos que nos proporciona la ciencia al respecto son alarmantes, por ejemplo, los datos sobre el calentamiento climático, como la posible inundación de Bangladesh, la desaparición de numerosas especies, la desertificación de inmensos territorios, la escasez de agua y tantas otras consecuencias que agravan la miseria de los pobres. Pero estas negras previsiones no serían irreversibles si una toma de conciencia global llevara a una transformación de las mentalidades y estilos de vida, hacia una cultura de la sobriedad, la humildad y la solidaridad universal. Este es el mensaje de Laudato Si’ y el sentido de nuestra oración y nuestro diálogo con cada persona del planeta, a fin de salvar nuestra casa común.

Sin embargo, tal transformación global no llegará a ser efectiva si no se toman, en el plano personal y local, decisiones cotidianas al alcance de todos, que creen un movimiento poderoso y religioso de «conversión ecológica» de gran envergadura cultural y política. Para este fin, habrá que superar algunos obstáculos: «el rechazo de los poderosos y la falta de interés de los demás», la «negación del problema» o el sentimiento de impotencia que impide comenzar a hacer algo modesto pero útil para la causa común (LS 14). Que nuestra esperanza activa no se vea frenada, pues, por un cálculo de probabilidades pesimista, sino que se base en el don del Espíritu Santo que sostiene y alienta todo lo que contribuye al bien de la humanidad.

«No se turbe vuestro corazón, ni se asuste» —nos dice Jesús en el Evangelio— «ya que el Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho». Esta palabra nos tranquiliza y nos pacifica, ya que Dios no abandona nunca su creación al caos, él la lleva a su Reino por medio de la ofrenda pascual de su Hijo, por el don del Espíritu Santo. Animados por este Espíritu de amor, podemos proteger la tierra amenazada, así como encontrar soluciones humanas y solidarias para la crisis ecológica.

San Pablo nos da una clave importante en su Carta a los Filipenses: «Dadme esta gran alegría: manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir», «no os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás». El Reino de Dios crece en el mundo por el amor que se extiende como un gran fuego de alegría contagiosa, y que ofrece así el amor trinitario a toda la humanidad. Al respecto, el Evangelio nos da otra palabra de esperanza, que desvela el corazón de la ecología humana tal y como la Iglesia la anuncia a las naciones. «El que me ama guardara mi palabra —dice Jesús—, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él». La Santa Trinidad viene a morar en el alma de aquellos y aquellas que aman al Señor, en el secreto de su corazón. ¡Que promesa y que extraordinaria realidad! Numerosos santos y místicos encontraron su felicidad en esta palabra que nos hace mirar a Dios en el amor, y Dios nos hace mirar inmediatamente hacia nuestros semejantes, a quien también va destinada esta promesa. ¡Que por nuestra gozosa caridad esta verdad sea accesible a todos!

Por este motivo, la Iglesia no puede dejar de evangelizar, incluso cuando afronta un diálogo racional e interreligioso sobre el futuro del planeta. Su fuerza de convicción viene del don del Espíritu Santo que nos guía hasta la verdad plena, es decir, al amor del que participamos por el amor fraterno sin fronteras, en búsqueda del bien común de toda la humanidad. Dejémonos, pues tocar y pacificar por estas palabras de esperanza, que nos dan también el coraje y la creatividad para actuar como hijos de Dios responsables de la transformación de la casa común en Reino de Dios.

La Eucaristía que celebramos desvela ya esta plenitud del Reino de Dios que se vislumbra en la muerte y la resurrección de Cristo. Todos los elementos de la creación material y todos los dramas de la humanidad que sufre están recapitulados en la ofrenda de amor del Cuerpo y la Sangre de Cristo en la cruz. Hacemos memoria con todo el realismo de nuestra fe en la presencia real de Nuestro Señor bajo los signos sacramentales del pan y del vino consagrados. Acerquémonos humildemente a este misterio dando gracias por la salvación del mundo, que nos ganó Jesucristo resucitado, y ofrezcamos nuestras personas en sacrificio de alabanza y de comunión a fin de participar más plenamente, por Él, con Él y en Él, en la salvación de nuestra casa común.  ¡Amén! 

Card. Marc Ouellet, Prefecto de la Congregación para los Obispos