1° diciembre 2017 - Introducción al diálogo entre políticos y pastores, Bogotá, Colombia
Encuentro de Católicos con responsabilidades políticas al servicio de los pueblos latinoamericanos
Diálogo entre políticos y pastores
Bogotá 1-3 de diciembre 2017
Introducción del Encuentro
Me uno al agradecimiento del Sr. Cardenal Ruben Salazar, en mi calidad de Presidente de la Comisión Pontificia para América Latina. Sé bien que a los importantes dirigentes políticos les resulta difícil “desenganchar” de sus múltiples ocupaciones. Vuestra presencia aquí es ya un signo notorio de la seriedad con la que asumen su propia confesión de católicos, respondiendo a una invitación que tiene como última fuente al mismo Papa Francisco. Tendremos mucho gusto de llevar al Santo Padre, junto a las conclusiones de este Encuentro, la lista de los nombres de quienes se han querido hacer presentes en este evento eclesial.
Tenemos todos bien presente que desde aquel “dad a Dios lo que es de Dios y dad al César lo que es del César”, quedó radicalmente afirmada la distinción entre comunidad religiosa y comunidad política, no obstante muchas confusiones a lo largo de la historia y hasta la actualidad. Por una parte, es muy claro que la Iglesia no tiene una finalidad política, no está definida por una voluntad de poder, no es ni capellana ni antagonista alternativa de los poderes políticos de turno. “La misión propia que Cristo confió a su Iglesia no es de orden político, económico o social – afirma la Constitución conciliar “Gaudium et Spes”, n. 42 -. Por otra parte, sabemos que el Evangelio abraza todas las dimensiones de la vida de las personas y de la convivencia social. “Nada de lo humano le es ajeno”. La Iglesia no puede ser ajena a las vicisitudes de la vida de los pueblos y naciones. Por eso, la misión de la Iglesia no puede desinteresarse de la política en cuanto dimensión esencial de la vida en sociedad y de la búsqueda del bien común. Sólo un laicismo anacrónico o un poder autocrático pueden pretender que la misión de la Iglesia se reduzca a la vida privada y doméstica. A quienes dicen que la Iglesia “no tiene que meterse en la política”, el papa Francisco responde que sólo se mete en la “alta política”, aquella que los sucesivos pontífices han definido como “alta forma de la caridad”, servicio inestimable al bien común.
Si la Iglesia como tal no puede quedar definida ni absorbida por las coyunturas políticas y menos todavía por las opciones políticas de parte, toca a los laicos católicos – como lo decía el Concilio Vaticano II – ordenar y gestionar los asuntos temporales según Dios, imprimir la fuerza de la Resurrección en las estructuras del mundo, transformar la sociedad a la luz de las bienaventuranzas evangélicas. Hoy que están tan desacreditadas las instancias políticas en América Latina, se necesitan nuevos caminos y nuevas corrientes de participación de los laicos católicos en la vida política. Ello supone que la fe confesada y la praxis política no estén incomunicadas, como si la fe no tuviera nada que ver con el compromiso político, como si no tuviera una significación y contribución que dar cuando se afrontan los grandes problemas y graves desafíos de la realidad latinoamericana, como si nada tuviera que aportar para abrir caminos de paz y justicia, de nuevas formas de vida y convivencia más dignas de todo el hombre y de todos los hombres. Si se diera este divorcio entre la fe y la vida, y a menudo se da efectivamente, la presencia política de los católicos quedaría reducida a una lógica mundana en una diáspora muchas veces anónima e irrelevante.
Tendría que ser evidente para los laicos católicos que asumen responsabilidades políticas la iluminación de su compromiso por parte de los valores evangélicos y del magisterio eclesial, en especial de sus enseñanzas sociales. Es obvio que los cristianos en la escena política se mueven según la propia libertad y responsabilidad, sin estar esperando consignas eclesiásticas. Pero toda su vida y también, pues, sus criterios políticos han de estar iluminados por la fe católica. Esa fiel e inteligente referencia al Evangelio y al Magisterio de la Iglesia fortalecerá su coherencia con la fe católica y sus enseñanzas morales, así como su contribución original en la dialéctica democrática. Intentaremos, pues, en este Encuentro afrontar los problemas y desafíos de la realidad latinoamericana desde esa mirada de fe.
Supongo que para Ustedes, dirigentes políticos, no será moneda corriente el dedicar tres jornadas a una convocatoria eclesial. Porque este Encuentro se realiza precisamente en sede eclesial y no en sede política. Esto quiere decir que estamos todos, prelados y políticos, reunidos en cuanto católicos. Y lo que preside este Encuentro no son las opciones políticas de cada uno sino la fe católica compartida. No han sido aquí convocados para tener debates políticos, sino para compartir la propia fe católica, que tendría que ser lo que más nos define en todas las dimensiones de nuestra vida y, por consiguiente, también en la dimensión política de nuestra vida. Por eso, vamos a sentirnos muy hermanos todos, convocados en comunión eclesial, no obstante la diversidad de opciones políticas entre los presentes.
Cuando la Pontificia Comisión para América Latina y el Consejo Episcopal Latinoamericanos idearon y organizaron este Encuentro, quisieron contar con un espectro plural de participantes. Y por eso pidieron a las Conferencias Episcopales de todos los países latinoamericanos que sugirieran personalidades a ser invitadas dentro de esa pluralidad de opciones que los católicos asumen en la política. Claro que nos referíamos a opciones políticas que consideramos legítimas, es decir que no entran en abierta contradicción con las enseñanzas de la Iglesia católica.
En este Encuentro haremos la experiencia de un diálogo entre hermanos en la fe, por más diferentes y fuertes sean los debates políticos entre ellos. No les pedimos que metan sus posiciones políticas entre paréntesis, ni amengüen la pasión política con la que las defienden, sino que lo que presida nuestro diálogo sea esa comunión cristiana que es, y que tendría que ser, más radical y determinante para nuestra vida que las opciones políticas asumidas. Estas jornadas serán, pues, un laboratorio de diálogo cristiano. Ninguno puede apropiarse sólo para sí el título de cristiano y ninguno puede negarlo a los otros. Demostremos, pues, que somos capaces de vivir a fondo esa comunión y fraternidad cristianas. Y ello supone que deben primar una serie de actitudes que darían más nobleza a toda política y que tendrían que definir especialmente nuestro testimonio como cristianos: una actitud de respeto que evita las descalificaciones maniqueas, una actitud de diálogo que sabe escuchar al otro y enriquecerse con sus reflexiones y propuestas, una actitud que tiende puentes y no levanta muros, una actitud de quienes sólo apuntan hacia el bien común de los propios pueblos y naciones, una actitud de quienes se interesan por la vida de los otros, incluso de nuestros adversarios políticos.
Les quede bien claro a todos los que participan en este Encuentro que no tenemos ninguna intención - ¡por cierto ninguna intención! – de desconocer ese pluralismo de los católicos en la dialéctica democrática con la finalidad de forjar un bloque católico en la política o para intentar restaurar o proponer un partido político católico. Lo que nos importa es que quienes confiesan una misma fe y participan de la Eucaristía, que es fuente y cúspide de comunión eclesial, sepan reconocerse como católicos.
Este diálogo no será sólo entre políticos católicos sino sobre todo entre ellos y los Pastores. Agradezco ahora la presencia de los Señores Cardenales y Obispos que vienen de muy diversos países de América Latina. Ha de ser también un diálogo muy franco y abierto. Por eso, el programa prevé dos paneles que son fundamentales: el primero bajo el título “¿Qué le dicen los políticos a los pastores”? y el segundo, “¿Qué le dicen los pastores a los políticos?”. Son diálogos que mucho interesan a la misión de la Iglesia, a su servicio pastoral, y esperamos que sean también importantes para vivir más a fondo su fe dentro de la praxis política.
Les deseo, pues, unas buenas jornadas de fraternidad, de diálogo, de intercambio de experiencias, reflexiones e iniciativas, confiando en la inspiración del Espíritu Santo y en la buena voluntad de todos y cada uno de ustedes.
Card. Marc Ouellet, Prefecto de la Congregación para los Obispos y Presidente de la Pontificia Comisión para América Latina